Nos hemos levantado con la triste noticia de la muerte del grande del boxeo Muhammad Alí.
El tres veces campeón mundial de los pesos pesados había ingresado esta semana en el hospital por problemas respiratorios.
Muhammad Ali, uno de los mayores deportistas del siglo XX, un hombre que se inventó varias veces a sí mismo y reflejó los traumas y conflictos de los Estados Unidos de su época, murió este viernes en un hospital en Phoenix (Arizona) a los 74 años tras ser ingresado esta semana. El boxeador llevaba 32 años batallando contra la enfermedad de Parkinson, un desorden del sistema nervioso que afecta al movimiento.
Con Ali desaparece más que un miembro del panteón de los deportes norteamericano, tres veces campeón mundial de los pesos pesados y oro olímpico a los 18 años: desaparece un icono de este país, una de estas figuras que sirve para explicar qué significa ser estadounidense, un hombre controvertido cuya trayectoria, desde los desgarros sociales de los años sesenta a la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca en 2009, define la historia reciente de EE UU.
No era estrictamente un político, ni un activista, pero su influencia fuera del cuadrilátero desborda la de cualquier otro deportista de su tiempo. El impacto de sus gestos —su conversión al Islam, su rechazo a luchar en Vietnam— es comparable al de los discursos de Martin Luther King, o las manifestaciones masivas contra la guerra. Ali es un espejo, incómodo muchas veces, pero afinado, de los Estados Unidos de su tiempo.